La Región Maya abarca actualmente los países de Guatemala, Belice, el occidente de El Salvador y Honduras, y los estados mexicanos de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Como cualquier región cultural, este territorio no puede definirse mediante fronteras definidas, por lo que sus límites han variado con el tiempo y representan zonas de alta interacción con grupos vecinos.
En la época prehispánica, otras poblaciones mesoamericanas mantuvieron contactos periódicos con los mayas. Al este, existieron grupos mixe-zoques, zapotecas y nahuas; al oeste, grupos lencas y jicaques; y en la Costa Pacífica existieron xincas y otras etnias que no han podido identificarse lingüísticamente.
Hoy en día existen 28 grupos lingüísticos mayas, los cuales pueden encontrarse en comunidades aisladas pero la mayoría se encuentran dentro de regiones con diversas influencias externas, por lo que su cultura no es estática; es dinámica en la manera que se adapta a la globalización y las relaciones interculturales.
El Área Maya es relativamente pequeña en comparación a la que han ocupado otras culturas del mundo, y su geografía se caracteriza por una alta diversidad y marcados contrastes, que incluye selvas tropicales, cuencas de ríos, zonas lacustres, ecosistemas costeros, planicies cársticas, bosques nubosos y paisajes volcánicos.
Todas estas zonas han sido accesibles mediante rutas terrestres y acuáticas, especialmente por la existencia de redes de intercambio locales y a larga distancia.
La alta biodiversidad de las distintas regiones ha tenido un efecto importante en el desarrollo de los asentamientos humanos, ya que han creado diferentes formas de adaptación, basadas en la disponibilidad de recursos minerales, vegetales y animales.
Esta forma particular de integrar los diferentes escenarios naturales también influyó en el desarrollo de una cosmovisión propia, la cual fue expresada en tiempos prehispánicos en la forma de muchos símbolos, plasmados en diversas formas de arte.
Por ejemplo, el centro del cosmos fue representado por el árbol de la ceiba, el sol como un jaguar, las montañas como el lomo de una tortuga o cocodrilo y los relámpagos como serpientes.
En cuanto a las ciudades, fueron planificadas de acuerdo a orientaciones astronómicas y el paisaje simbólico, por lo que los templos piramidales se concibieron como montañas sagradas que recordaban los mitos de creación. De igual forma, las cuevas y cuerpos de agua como lagos y cenotes fueron asociados como portales hacia el inframundo.
La distribución de recursos en cada zona también influyó directamente en el desarrollo de las antiguas ciudades mayas. La disponibilidad de suelos fértiles permitió una alta productividad agrícola, y las condiciones climáticas también favorecieron la especialización de ciertos cultivos como el cacao.
La presencia de yacimientos de obsidiana, pedernal, jade, pirita, basalto y otros minerales, también determinó la exportación de materia prima u objetos acabados.
Lo mismo sucedió con la explotación de sal, conchas, plumas, pieles y otros recursos faunísticos, que fueron valorados como objetos de lujo. En cuanto a los recursos forestales, la madera y palmas fueron vitales para la construcción de viviendas.
En general, la región Maya puede dividirse en tres grandes subregiones: Las Tierras Bajas, las Tierras Altas y la Costa Pacífica. Esta división se basa en diferencias de altitud, que a su vez se refleja en cambios en la geología, hidrología, fauna y flora.
Es interesante que estas divisiones de carácter físico han dado lugar a diferencias en patrones culturales, por lo que es importante notar que no todos los grupos mayas tuvieron las mismas características.
Es por eso que es apropiado reconocer que ha existido una diferenciación significativa entre las poblaciones mayas de las Tierras Altas y las de las Tierras Bajas.